Realidad y metáfora

Después de una temporada sin publicar, toca retomar las teclas. El invierno dio paso a la primavera y las lluvias se produjeron con generosidad; el entorno natural ha tenido la ocasión para expresarse con notoria exuberancia y aún continúa haciéndolo, a pesar de que el verano se introduce con sutileza sibilina, de forma serpentina, vorticial e inexorable. Es posible que haya que esperar hasta el cuarenta de mayo, pero el calor llegará y cumplirá sus ardientes funciones.

Coincidentes con la fase de cría de las aves, estos tres meses y medio han resultado muy provechosos en tanto a muy prudentes avistamientos de fauna y recopilación de material gráfico de lo más variopinto. Ademas, se han visto aderezados por la puesta en marcha de nuevas y pequeñas tramas humanas, de esas que calan gota a gota y que, a pesar de que nunca se sabe hacia dónde pueden llevar a grumetes e incluso a capitanes, marcan direcciones interesantes, imprevistas. No está mal, tal y como van las cosas por el crudo y duro presente en marcha.

Así que aún destellan rescoldos con los que poder alumbrar la vieja senda, y no todo está perdido. Para vislumbrar belleza en un mundo volcánico, hay que escapar de las garras de su premeditada locura. No existe relativa fuga de la realidad sin los escenarios y los conceptos metafóricos, cuya fuerza de anclaje como herramienta mnemotécnica es imposible de obviar. Y como tal, puede emplearse para abordar dicha realidad de una forma diferente. Todo está sujeto al juego: personas, lugares, situaciones, animales o árboles, no pocas veces pasto de la pira en honor a arcaicos dioses olvidados.

Estigia, vieja tierra maldita de rabiosa actualidad metafórica.

Lo cierto es que han pasado bastantes cosas, algunas de ellas reseñables, al menos para quien suscribe. En primer lugar, aludiré a este asunto de tintes mitológicos: por causa del probabilísimo y correspondiente escarceo con su diosa, el gran Horus estigio dejó de acudir al templo sacrificial de Osiris. Esta ausencia generó unas espectativas que fueron resueltas desde ese instante en el que la ágil rapaz volvió a dar señales de vida y muerte, cual ajedrezado síndrome de cal y arena. Agua maleable contra la muralla de cemento, impenetrable. Lo dicho, vida y muerte. Hay que alimentar a la prole alada, y no sin dificultad, pues los imitadores de la lágrima y sus subordinados, rondadores impasibles, se muestran sensibles y finos, muy vivos, siempre al ataque sorpresivo, al tanteo descarado. Todo por un trozo del suculento pastel carmesí.

A veces por hastío y otras por generosidad, nuestro protagonista cede parte de sus ganancias, aunque lo más habitual es que se lleve esos tristes despojos ganados a pulso y a velocidad de crucero. En su lejana pirámide resuenan los gritos de hambre y sed, así como las ganas de vivir, surcar, silvar y agitar las fuertes alas. Sobre todo cuando estas evoluciones se producen en el ámbito salvaje e indómito, sin asomos de impregnación ni de contacto o control humano. Maravilla de las maravillas en un mundo que se tambalea. Por cierto, estas imágenes son difíciles de obtener y a su vez bastante malas, aunque el hecho de poder captarlas en tensión mientras se observa a esta perfección con garras, otorga momentos de plena fascinación.

Una paloma nace y otra muere. Sol y luna, día y noche, unidos por el ojo vorticial. En las sombras producidas por el padre Ra, Isis continúa batallando contra Seth en pro del amado Osiris y del vástago Horus, legendario halcón por los eones. Ciclos y siglos de instinto y vuelos celestes, no por ello menos infernales. La dualidad es necesaria, precisa, primordial, simbólica y auténtica. El mito pervive y se reproduce de modo cíclico, constante. Y nos forja una y otra vez.

Las historia continúa por contexto, pues las garzas estigias vigilan en la cercanía, en la penumbra que saluda a la luna o en la claridad meridiana. El sarcófago recibe el agua de vida que mana de las heridas del pez dragón, aferrado a la base de la cascada y consciente de que pronto será ocultado por el caudal de generosas lluvias. La sombra del gigantesco buitre, guardián del espacio y de la esperanza, evoca el recuerdo de las peligrosas y extensísimas dunas de la muerte. Y nos recuerda que lo que ahora es, un día no será. Asimismo, un pequeño caimán ruge muy cerca del río sagrado. Sirva como refuerzo metafórico y que conste en acta, la fauna leonesa es ingente y clasificable en función de posibilidades, intereses o deseos bienintencionados.

El dragón real nos mira fijamente, en modo de advertencia, lo que sugiere marcar cierta distancia para intentar preservar el infinito instante de trance causado por el mágico reflejo entre entes picudos, congelados, hipnóticos e hipnotizados. Y no podría culminarse una experiencia de corte piramidal sin tener plena constancia o al menos recordar que permanentemente somos observados por los ojos que todo lo ven. Ojo de Horus, ojo de Ra, los mil ojos del pavo real u otros modelos de corte irónico y macabro, incluso los que aquí se excluyen por su obviedad y por constituir un engendro cada vez más monstruoso. Pueden ustedes escoger qué parte de la balanza dejan a la intemperie.

Este post está dedicado a la memoria del inimitable escritor Robert Erwin Howard, creador de la Estigia del siglo XX, ubicada 10.000 años antes de nuestra era e inspirada, cómo no, en los antiguos escritos griegos. También al gran Luis García, luchador infatigable, maestro de la auténtica magia y del simbolismo, en agradecimiento a su cordialidad y a todo lo que ha compartido. Las siguientes entregas incluirán anécdotas, apreciaciones y leves conclusiones, así como múltiples imágenes de diferentes animales fotografiados en los últimos meses. Gracias por leer y hasta el próximo papiro forjado en la oscuridad de la vieja Estigia.

Texto y fotografías: © J. Bass (Vientos de Estigia).

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