Black Sabbath «Mob Rules»

Aunque haya que acatar las lógicas formas del presente, me gusta hablar de mis discos favoritos en pasado, porque precisamente y como parte básica de estos escritos, las teclas bailan, muy en gran parte, al son y al recuerdo de cómo sentí en su día todo aquello, más allá de aportar ciertos datos objetivos que no tienen vuelta de hoja cuando se habla de algo que casi todo el mundo conoce o podría conocer con un mínimo esfuerzo. Y hoy abordo otro disco legendario, una enorme entrega musical, dada la alta calidad forjada por los artifices en su trabajo anterior y el reto que suponía su simple continuidad. Voy a enrrollarme, de modo que te invito a compartir mis barrenadas sobre aquellos tiempos absolutamente alucinantes, en los que la verdadera calidad y el arte de corte megacreativo formaban parte de la sorpresividad diaria. Entre aquellos momentos y el ahora, existe una corriente que nos conformó y que con el tiempo nos fue reconstruyendo. Pero a su vez, crecer nos hace “diferentes”. Así que estas nostálgicas reseñas solo pueden abordarse desde los buenos recuerdos, desde las reliquias sonoras e históricas y desde el criterio a la hora de plasmar un punto de vista diferente en el que podamos inyectar respetuosa subjetividad, en sometimiento al influjo de una apreciación que suele cambiar a causa de los designios de Cronos, aunque no siempre. Vamos allá.

Salvo contadas excepciones, cualquier banda que haya calado en el imaginario de sus fans y que además haya generado muchas ganancias mediante un álbum sensacional, ha pasado por la difícil situación de tener que anteponer su estilo y sus valores ante las tentaciones comerciales de las modas interesadas o ante las presiones de las discográficas. Un doble filo que suele proceder del mismo lugar, aunque a veces esto aparezca algo velado y difuso, como una especie de revoltijo inconsciente entre la capacidad de decisión y la de sugestión. Lo que ahora parece mínimo, en su día suponía un mundo a la hora de apreciar la esencia de una agrupación, y pongo un par de ejemplos con las bandas IRON MAIDEN y JUDAS PRIEST: pasar del estilo de “Powerslave” (1984) al de “Somewhere in time” (1986), dejar atrás la onda de “Defenders of the Faith” (1984) y abrazar el estilo de “Turbo” (1986). Da igual si fue cuestión de modas, de actualizaciones, de evolución musical. Porque en realidad se dieron cambios notorios, y había muchos fans que no los llevaban muy bien y que jamás perdonaron, con toda la legitimidad que otorga la supuestamente libre elección.

Cualquiera puede pasar por un momento difícil, pero cuando hay que hacer buena música, hay que hacerla. No es lo mismo dejarse llevar para cumplir un mero trámite, funcional o no, que entregar una obra claramente mediocre ante la comparativa. Y posiblemente, más que nunca hasta esa fecha, esta fue la situación por la que tuvo que pasar el grupo británico BLACK SABBATH después de lanzar su brillante diamante “Heaven and Hell” (1980) y defenderlo en los escenarios, por mucho nombre que la banda tuviese a esas alturas. Prueba de ello es que desde sus inicios y hasta “Sabotage” (inclusive), las cosas marcharon muy bien en BLACK SABBATH, pero en el último tramo de la década de los años setenta entregaron material relativamente extraño, flojo, y al final pasó lo que tenía que pasar. Por eso, cuando la ya por entonces mítica formación británica cambió de vocalista, los vientos fueron soplados en proporciones de cielo e infierno, con el consecuente refresco musical y un ardiente grado compositivo que, en este caso, se ciñó como un guante al más puro Hard Rock de tendencia Heavy Metal. El concepto musical de BLACK SABBATH fue inteligentemente actualizado en forma de algo totalmente nuevo, bajo el aura de un fénix simbólico, triunfador a todas luces, y aquel disco con angelitos fumadores en la portada se convirtió en una referencia obligatoria e inolvidable. Por supuesto, esta situación se puso de manifiesto a través de la inclusión del músico y cantante norteamericano Ronnie James Dio.

Mientras formó parte de la banda liderada por Ritchie Blackmore, el frontman aprendió lo que no está escrito, y eso que ya venía muy puesto en la materia, pues poseía una innatas condiciones musicales y creativas que iban creciendo a medida que pisaba cada escenario. Precisamente por ello, por sus convincentes capacidades, fue escogido para representar su relevante papel en el quinteto del arcoíris, y en su seno se mantuvo desde 1975 hasta 1978, mientras algunos grandes músicos pasaban por allí, plasmaban su arte y luego “salían pitando” por gracia del señor que cortaba el bacalao.

R. J. Dio salió de RAINBOW por causa de incompatibilidades personales, musicales y profesionales. Esto resultó clave su carrera, pero no mucho menos para cierto punto clave de una industria musical en cuyo magma, como por arte de magia, los hilos se movían a discreción y cualquier hueco dejado por ciertos actores era cubierto por otros. En aquella época de discos increíbles, pongamos entre 1970 y 1983, cada una de estas bien diseñadas y aprovechadas jugadas solía mover enormes cantidades de mantequilla verde. Es algo sobre lo que jamás hay que perder la perspectiva, porque visto desde el ángulo apropiado, el hecho de que Ronnie tuviera la oportunidad de entrar en el combo creador de discos como “Master of Reality” o “Vol. 4” para además darle un empuje evidente y en consonancia con los estilos que se venían fraguando… no parece casualidad, sino más bien una jugada de as en la manga, urdida por manos que manejan a sus peones como quien juega a las damas o al ajedrez, como quien ve las cosas desde las alturas y permanece en la sombra, a buen recaudo. Cuanto más definido está un cuento, más hay que releer y escrutar en sus páginas, letras y dibujos. De esto sabe mucho el gran demiurgo diseñador.

Aquí retomo el resultado de lo referido en los dos primeros párrafos: tras el éxito de “Heaven and Hell”, la neoentidad BLACK SABBATH tuvo que reinventarse de forma sutil, y en este caso no fue mediante demasiadas dosis de originalidad y experimentación, por suerte, sino por saber emplear los viejos y nuevos recursos de forma precisa. A través de la inclusión de un nuevo baterista, “Mob Rules” (1981, Warner Bros, Vertigo Records) ofreció la sugerida segunda “nueva” formación de BLACK SABBATH, y esto incluyó una producción con potentísimo sonido de batería (no mejor, sino diferente) que cuajó muy bien con el ámbito oscuramente sonoro en el que discurrió el trabajo discográfico creado para la ocasión. Tinieblas y densidad asfixiante que, de nuevo, fueron diseñadas en última instancia por el productor Martín Birch en los estudios The Record Plant (Los Angeles, California). Además de tener asumir la responsabilidad final en los créditos, el gurú del sonido ayudó a establecer los preceptos básicos del disco, a medida que se iban probando las opciones sonoras para el bajo de Geezer Butler y la guitarra de Tony Iommi. El gran músico Geoff Nicholls volvió a hacerse cargo de los teclados de apoyo, con sonidos muy acertados y resultados excelentes.

El pack final mostraba una actualización muy en consonancia con los tiempos, cuadraba muy bien con la onda de “Heaven and Hell” y a su vez, lo que es más importante, implicaba varios aspectos lo suficientemente diferenciales, como por ejemplo, la esencia de una explosiva base rítmica bien cargada en graves, aparente simple detalle que marcó inmediata diferencia. El baterista original, Bill Ward, había sido sustituido por Vinny Appice antes de comenzar la gira del anterior álbum, así que este último ya estaba muy bien integrado en la banda. Su rol en el nuevo disco no dejaba lugar para las dudas: Appice mostró mucha concisión al atronar mediante los parches de su kit, y semejante base resultó idónea para, literalmente, superponer un aplastante sonido de bajo eléctrico. Las guitarras sonaban con mucha dureza, grosor y agresividad, pero también limpias y presentes en las partes acústicas. Claro, el trabajo vocal resultó excepcional, con R. J. Dio en un gran momento técnico y artístico, de altísimo nivel interpretativo. Cargada de afinación, garra, fuerza y sutileza, su voz parecía flotar sobre nuevos mares de misterio, cincelados en mayores capas de pulida sutileza y descarnada contundencia. “Mob Rules” parecía seguir la evolución de “Heaven and Hell”, en toda normalidad y con un incremento de agresividad, profundidad, vatios y pegada; es decir, en total consonancia con unos tiempos que iban endureciendo casi todo a su paso.

Vale la pena citar ciertos aspectos relativos a este lanzamiento: previamente a la grabación de “Mob Rules”, la banda fue solicitada para colaborar musicalmente en la película de dibujos animados “Heavy Metal”, por entonces en proceso avanzado. Para ello se compuso de forma muy veloz la canción “The Mob Rules”, que tras ser grabada en Londres quedó muy redondeada en todos los aspectos y además encandiló a los responsables del film. No obstante, meses después y por decisiones profesionales, el corte no pudo ser aprovechado para el trabajo “Mob Rules”, y tuvo que ser grabado por segunda vez para aparecer en los surcos del LP con el mismo feel sonoro y punch que el resto de las nuevas canciones. Cabe descatar que ambas versiones se editaron en forma de single: la primera en salir fue la versión producida por Martin Birch, un poco antes de la publicación del disco. Al poco, se lanzó otro sencillo que incluyó la versión grabada para el film “Heavy Metal” (Gerald Potterton, 1981).

Otro asunto interesante es el concerniente a la carátula, muy efectiva y comercial. Su explícita temática resultó bastante inquietante ¿qué eran aquellas cosas amenazantes, tal vez un espejo metafórico de cierta deriva social, ya por aquel entonces? El caso es que título y portada volvieron a encajar a la perfección. Y una imagen de presentación que aporta impacto, incluso morbo y misterio, suele funcionar como gancho perfecto. La adecuada pintura empleda en la presentación de “Mob Rules” fue obra de Gregg Hildebrandt, extraordinario artista e ilustrador de arte fantástico, tristemente desaparecido en 2024.

De nuevo, hay que aludir al señor Martin Birch. Tanto si pudo hacer todo lo que consideró oportuno o tuvo que lidiar con las manías de algunos músicos, el disco funcionó a nivel de producción y poderosísimo sonido. En todo caso, aunque tal vez hubiera presiones por subir algún que otro volumen (caso muy habitual en BLACK SABBATH), su mérito como mago de los faders no se lo quita ni el apuntador, ni con bigote ni afeitado. Por suerte para Birch, ese mismo año había producido el “Killers” de Iron Maiden, y a partir de aquí fue dejando todo poco a poco para poder centrarse en el gran combo de Steve Harris y compañía, al que entre todos llevaron a la gloria. La mejor defensa es un buen ataque, aunque en MAIDEN también se cocían habas.

Y por fin, tocar pasar de refilón por las canciones de esta obra legendaria. Mucho se habló de que si eran muy calcadas a las del disco anterior, etc, etc. Me remito a la frase que escribí mucho más arriba: “saber emplear los viejos y nuevos recursos de forma precisa”. Hay fórmulas y fórmulas, por mucho que quieran realizarse analogías. Este trabajo gozó de su propia impronta, con esa mezcla entre el propio empuje anímico y personal de cada miembro de la banda y la cualidad de unos Sabbath actualizados mediante destellos de tipo RAINBOW, bien camuflados, que se metían en los riffs con diferentes métricas, rítmicas… nada nace del aire. “Mob Rules” también empleó esos trucos, aunque de forma muy diferente. No se niega que el trabajo comience y termine de forma análoga a “Heaven and Hell”, con un cañonazo de entrada y con un corte muy lento y melancólico en su final. Por lo general, los músicos se entregaron mediante interpretaciones incisivas, muchísimo peso, solos resultones y efectistas en algunas piezas y solos muy buenos en otras, arrope de teclados y excelentes coros para apoyar a la magnífica voz en los momentos clave o en arreglos específicos. Ya no había que crear algo nuevo, sino continuar con dignidad y, a poder ser, entregando la suficiente calidad como para hacer justicia a su leyenda.

Es difícil hablar de cómo algo se siente en el pasado y cómo se siente en el presente, pues todo, como he dicho antes, conlleva procesos de asimilación, en los que el cambio de apreciación o el interés hacia un material son factores a tener en cuenta a la hora de mantener o variar la puntuación o preferencia hacia el mismo. He de confesar que este fue y es mi disco favorito de BLACK SABBATH con Dio: aún me afecta el impacto causado por aquella cinta original en edición española que muestro en algunas imágenes con material de mi colección, mientras sonaba a toda caña en mi cutre equipo de sonido monofónico. Cuando pienso en ello me vienen los típicos flashazos de recuerdos encadenados; ahora lo tengo en mis manos y paso a desglosarlo en plan minimalista: el disco se abre con “Turn Up the Night”, canción con fórmula muy similar a la que dio inicio a su disco anterior, pero más bestia. Excelente golpe de entrada que sirvió como último single y que aún suena demoledor, a pesar de las décadas de distancia. “Voodoo” entraña frescura total y ritmo vacilón, marcado a fuego en medio tiempo, con una potencia muy bien controlada y el bajo en la línea juguetona de costumbre. Dio, cual brujo blanco, dibuja en el aire y se desfoga melódicamente, alto pero elegante, en ese rol bien medido que supo jugar como nadie.

Y brotan las ramas de  “The Sign of the Southern Cross”. Tras su sugerente y delicada introducción, la voz recita sobre una base rítmica de batería y teclados, antes de pasar a ser abrazada por los mordiscos de la guitarra y el bajo en pro de ganar intensidad y liberación de la tensión. Esta pieza, que podría haber resultado perfecta para haber dado título al disco, entronca con el preludio instrumental de efecto extraterrestre titulado «E5150«, que a su vez da paso a la incisiva y circular “The Mob Rules”, matriz del trabajo, basada en la simpleza y en la contundencia. Iommi empleó sus típicos pasos resolutivos de cuarta a tercera mayor tras el solo de guitarra, con ese sonido tan cálido que parecía brotar de las cuerdas y del tipo de distorsión.

La melancólica y sutil “Country Girl” sirvió para abrir la cara B. Aún estamos ante una joyita que contiene líneas vocales duras y a su vez algodonosas, tipo “Die Young”. El clímax previo al solo de guitarra sugería escenas imaginarias, algo casi ineludible a posteriori. A continuación, “Sleeping Away”: perfecta, poderosa y machacona interpretación que contiene un duelo de solos de bajo con distorsión y punzante guitarra eléctrica en su parte central, así como unos coros muy buenos. La batería funcionó a placer, no solo en la base del track, sino también mediante una tunda de vehementes redobles.

Turno de esa pura maravilla llamada “Falling off the Edge of the World”, que para mí es la joya del trabajo. En su parte cañera puede recordar al estilo de “Wishing Well” (corte de su disco anterior) e incluso a “The Mob Rules”, pero con un mayor baño de oscuridad y un riff más elaborado. Es el típico track cuyo estilo rítmico, en general, fue asumido por Dio como parte de su inmediata carrera en solitario. Para explosión final, y retomando la estrategia SABBATH de 1980, la simple y llana “Over and Over”. Plena y majestuosa espesura sónica que con la inigualable voz de Dio crece mientras, cual pleno trance hipnótico, se agota en si misma y desaparece en fade out. Un gran epílogo para un discazo.

Mob Rules” fue el disco de estudio con el que R. J. Dio puso pie en pared, y tras la grabación del casi inmediato directo “Live Evil”, se alejó de todo aquello y fundó su propia banda llamada DIO, para la que contó con el baterista Vinny Appice. Años más tarde, los mismos BLACK SABBATH que habían participado en “Mob Rules” volvieron a juntarse para grabar “Dehumanizer”, y mucho más tarde para formar el cuarteto HEAVEN & HELL. Desde la perspectiva de antes y de la de ahora mismo, opino que “Mob Rules” jamás fue superado. En 1981 se forjó un umbral que, para bien o para mal, marcó un pico en el seno artístico de esta banda legendaria, que se vió inmersa en una travesía de altibajos y oportunismos, afectada por los años en boga y cierta desubicación ante la efervescencia de los nuevos tiempos. Fue el último gran álbum de BLACK SABBATH, con permiso de discos resultones como “Born Again”, “The Eternal Idol”, “Headless Cross” o el citado y muy interesante “Dehumanizer”. Hoy, “Mob Rules” continúa encarnando un acto sobresaliente. Un hito que, si bien no supera a “Heaven and Hell” en originalidad y sutileza, lo apuntala con una fuerza inextinguible.

Texto: © J. Bass (Vientos de Estigia).

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