Cielo e infierno

El amor es algo incoloro e indescriptible, intangible a nivel físico. Porque los efectos del amor y el amor en sí, su magma generador, no son lo mismo. Crudas letras y coloridos trazos se unen o se disocian, jamás se separan. No obstante, las apariencias engañan. Y miran, pero ¿a quién?

Hoy es el primer día de septiembre, simbólico final de un ciclo e inicio de otro. Casi podría afirmarse que los acontecimientos mundiales siguen la línea marcada por un plan profético, es decir, un guión esbozado por la mano del gran asesor de oscuras marionetas, un oculto escriba que, desde la frondosidad de su capucha, ríe sin que apenas podamos percibir que sus huesos están pelados desde hace eones. Y mientras sus veladas cuencas vacías relucen con el extremo fulgor de la fatalidad anunciada mediante inocente disfraz, los rescoldos psiquicos aún queman las mentes de cada ser humano digno de serlo.

Este es un engranaje de ángeles y demonios, de hermosura tallada en roca y de sinfonías descabezadas, de manos que señalan y al tiempo ocultan, mientras rubrican una única salida, impuesta, obligatoria. La piedra ironiza, nos avisó durante siglos.

No hay derecho sin revés, frase que se queda corta porque a su vez hay algo mucho más retorcido pero no menos real: que tampoco existe dualidad sin contrapartes. Es decir, la jugada maneja factores de número cuatro, como mínimo, incluso factor seis, siete, y no solamente de número dos. Por lo tanto, las consecuencias exponenciales abren campos insospechados, y simplemente cabe escoger la canalización correcta para, si procede, poder despegarnos de nuestra Babel particular. Entonces llegará el momento de realizar un preciso giro radical que nos permita observar cada evento desde la correspondiente distancia. Cuadrados y círculos confluyen en lo que sugieren, y el enigma es tan enorme que solo desde la absoluta inocencia podría ser desvelado.

Primero vino el agua a raudales, en forma de caudal maldito y mortal, aunque después a través de copiosas lluvias generadoras de vida y, sin duda, antecesoras por pura cronología de los incendios que han asolado parte de España con dramáticas consecuencias. No se trata de lo meramente terrenal, los fuegos también se han llevado algo etéreo que nunca podrá ser recuperado, pues para los seres vivos, racionales o no, hay cosas que no tienen vuelta atrás.

Pero hoy aún es hoy en el calendario (si bien, este post saldrá publicado mañana, día 2 de septiembre), así que estamos ante la realidad de una barrera vorticial, en esta etapa que da cierre al verano y apertura al otoño; de hecho, ya puede decirse que ambas estaciones se abrazan tímidamente. Una desaparece tras establecer sus inequívocas señales forjadas a terrible fuego depurador, en forma de sutil latigazo interior que apenas se siente a nivel carnal pero que, sin embargo, escuece notablemente y deja una marca bien impresa, cual herida que tal vez pudiera ser curada con el tiempo, con la hierba, con la nueva savia, pero solo tal vez.

Y la otra se acerca en silencio, de forma siniestra, como rapaz que vigila en la distancia y no es percibida por su posible presa, cual pequeña sombra que en realidad calza proporciones gigantescas y tapa todo asomo de luminosidad física y espiritual. Todo esto supone un cambio de ciclo, inequívoco, es como el principio del fin o como el final de aquello antiguamente emprendido y que ha de ser consumado.

Ciegos aquellos que no quieran ver el semáforo de la incandescencia, pues los verdaderos invidentes de las montañas de la vieja Estigia o de la lejana y misteriosa Khitai, notan en sus huesos lo que se avecina. Parece ser que no hay seres que quieran o puedan plantarse ante esta situación, y en cada hogar se sintonizan las más agradables y supuestamente benignas frecuencias de llana y oscura compartimentalización. La sombra avisa, se define en perspectiva y perfección, mientras la mayoría mira al dedo que la señala.

Salvo prevenirse en cierta medida y esperar, ya poco podemos hacer a estas alturas del juego. Y una idónea cura ante el espanto es la de poder centrarse en observar retazos de vida, en este caso con sus aladas y picudas evoluciones, principalmente. Así que aprovecho para insertar esta serie de imágenes realizadas en el final de la primavera y durante el verano, aunque añadiré muy contadas fotografías de días recientes. En algunas de ellas puede advertirse la iluminación rojiza, producto de un sol intenso pero muy velado por las venenosas partículas. Estas son las especies mostradas: agateador, aguilucho lagunero, alcaudón dorsirrojo, ánade real, busardo ratonero, caballo, carbonero común, carbonero garrapinos, colirrojo tizón, collalba gris, corneja negra, estornino negro, estornino pinto, garza real, gorrión común, halcón peregrino, jilguero, lavandera blanca, martinete, mirlo, mosquitero ibérico, paloma bravía, paloma torcaz, papamoscas cerrojillo, papamoscas gris, pato criollo, pavo real, petirrojo, pito real, reyezuelo listado, ruiseñor, tarabilla, torcecuello, tórtola turca, urraca y verdecillo.

Decía más arriba que el amor es como… algo insondable. Quizá solo hay algo más potente que el propio amor expresado, y tal vez sea la capacidad de dosificarlo, de magnificarlo, aunque la trayectoria del dardo amoroso se dirija al punto concreto de un corazón desconocido, salvo para quien sabe dónde está. Maravillosas las letras y las descriptivas sorpresas ocultas que salen a la luz, producto de los puntos de vista interesados aunque siempre deudores y dependientes del artista anónimo, cuyo mensaje clama con más fuerza que el de las intocables y estériles vacas sagradas.

Admirar la belleza verdadera y tener en cuenta valores de alta gama como el amor, la amistad y el respeto, es lo único que nos queda para limpiarnos de encima los lastres de la diabólica ceniza flotante, teñidora de ambientes y de poderosos símbolos ancestrales, leoninos, rugientes.

Este post representa un minúsculo grano de arena y está dedicado de corazón a aquellas personas que lo han perdido todo. Mucha fuerza.

Por cierto, se acaba la tinta de las plumas sagradas, habrá que esperar otros veintiún años hasta la próxima venida de los barcos argóseos, portadores de exóticas tinturas, tapices y filigranas. De momento nos conformaremos con las bondades de lápices y teclas. Así que gracias por escrutar y hasta el próximo papiro.

Texto y fotografías: © J. Bass (Vientos de Estigia).

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