
El tema de hoy trata sobre un grupo que rompió todos los moldes. Hace tiempo que quería repasar este disco y el contexto en el que se fraguó, así que aquí va la primerra entrega dedicada a IRON MAIDEN. De igual manera, recuerdo que en su día escribí un extenso artículo titulado “Martin Birch y Piece of Mind”, con el objetivo de ser publicado en papel por una revista del ramo del Rock, y así se dieron las cosas. La perspectiva obtenida con el paso de los años no resta ganas de revisar buenos materiales ni de volver a escribir sobre ellos con diferente enfoque respecto a una misma sucesión de acontecimientos. Incluso de manera más sintética y fría, no por ello menos rigorosa. Ya que este trabajo de 1983 es mi favorito del grupo y muy posiblemente del estilo Heavy Metal, lo que implica cierta e inevitable subjetividad, comienzo la casa por el tejado con toda la objetividad posible, aunque incluyendo una necesaria recapitulación.
La historia de IRON MAIDEN puede observarse desde un punto de crecimiento gradual y completamente estratégico, como el ascenso por una escalera de caracol, al menos hasta su primer y auténtico gran escollo de los primeros años noventa del siglo XX. El recorrido comenzó en 1975 de la mano del bajista Steve Harris, cinco años antes de editar su primer disco. En esa fase previa de experimentación, la banda fue forjándose mediante el típico trasiego de músicos hasta lograr dar con una formación estable y preparada para grabar un álbum completo. Tras el lanzamiento en 1979 de la demo “The Soundhouse Tapes”, un nuevo cambio fue definitivo antes de registrar su debut bajo la supervisión de Will Malone, pues el baterista Clive Burr entró en plantilla para plasmar las vibrantes ocho canciones del LP “Iron Maiden”. El dibujante Derek Riggs se hizo cargo de la portada, así como de las de todos los discos venideros durante varios años, en las que con formas y situaciones que iban variando, plasmaba a Eddie, el zombie que, junto al logotipo correspondiente, representó un símbolo definitivo para la agrupación.

Este trabajo fue complementado con varios singles de canciones propias y versiones, algunas de ellas muy importantes en la historia del grupo. Añadidas al repertorio implícito en el disco, ofrecieron un buen cúmulo de nuevos números para desgranar en los conciertos y abrieron una costumbre en el seno de IRON MAIDEN: grabar versiones en los singles y maxi-singles, de forma habitual, aunque en alternancia con nuevas composiciones. La canción “Sanctuary” representó uno de esos ejemplos de refuerzo mediante singles: fue publicada por EMI en la recopilación “Metalmania” (1980) y solía tocarse de forma habitual en las giras. Incluso formó parte del “World Slavery Tour” (1984), por lo que quedó inmortalizada al final del concierto “Live After Death” (1985), en su edición VHS.
El segundo lanzamiento se tituló “Killers” (1981), y su portada constituía una obra maestra. Dado dado que Steve Harris no había quedado satisfecho con la producción del debut, antes de grabar logró lanzar el anzuelo para intentar conseguir al magnífico productor Martin Birch, mago del sonido que ya tenía en su palmarés la producción de importantes grupos como DEEP PURPLE, WHITESNAKE, RAINBOW o BLACK SABBATH. La discográfica y el productor fueron a una y apostaron por este binomio, que duró hasta la edición de “Fear of the Dark” en 1992. Para grabar el citado “Killers”, se unió a la agrupación el guitarrista Adrian Smith, en sustitución del experto guitarrista Dennis Straton. Con este cambio, la maquinaria continuó atornillándose de cara a buscar una formación estable, la mejor y más óptima dentro de lo posible para una banda talentosa, bien gestionada a nivel de management y prometedora de grandes cifras.

Entonces llegó el momento de la verdad, la sustitución del hasta entonces funcional, excelente y personalísimo vocalista Paul Di’Anno por Bruce Dickinson, alguien que por su imagen, gran capacidad como frontman / showman y unas condiciones vocales casi operísticas, resultó la apuesta segura en pro de poder dar un gigantesco salto y afianzarse como grupo de referencia de la etiqueta “Heavy Metal”, no simplemente británico, sino mundial. Con este nuevo diseño de formación, se realizó la grabación del alucinante “The Number of the Beast” (1982), un trabajo que subió los listones generales del estilo y con el que la banda cumplió el objetivo de triunfar en Estados Unidos. Esto supuso saltar una barrera, y desde ese nuevo estatus había que superarse o, al menos, mantenerse. Por aquellas fechas, dicho a grandes rasgos pero sin asomo de duda, el trono del Heavy se jugaba básicamente entre IRON MAIDEN y JUDAS PRIEST, más allá de tener en cuenta a importantísimas bandas de calado Hard Rock que por su afilamiento podrían meterse en el pack del Heavy, como AC/DC o SCORPIONS. La portada de “Number” superó en complejidad a la del disco anterior, y supuso una nueva obra gráfica de altísima calidad.

¿Qué hacer a partir de esta situación? Renovarse o morir, pero sin perder fuelle ni esencia. La entidad IRON MAIDEN ya suponía un altísimo valor para su discográfica. Y de nuevo, hay que mencionar otro cambio tan “casual” como causal… porque lo primero y necesariamente reseñable de “Piece of Mind” (1983) no es que Eddie saliese con el pelo rapado en la portada mediante un extraordinario dibujo absolutamente impactante, sino que se planteó desde la perspectiva del cambio de baterista, ya que Clive Burr, que hasta entonces había sido una pieza fundamental en el sonido y feel rítmico de IRON MAIDEN, fue sustituido por Nicko McBrain, un músico curtido y bien conocido en el entorno del grupo. De esta forma, McBrain pasaba a integrar un equipo conformado por los guitarristas Dave Murray y Adrian Smith, el vocalista Bruce Dickinson y el bajista Steve Harris. El nuevo integrante aportó un concepto de base que sobredimensionó el rango de posibilidades, dada su peculiar forma de tocar con la que, sin perder del todo el hilo rockero y Heavy de Burr, logró imprimir ciertos y muy personales cambios a los cimientos de la música. Además de ser portador de un sonido natural y especialmente dinámico, Nicko ejercía mediante una energia bien controlada, gran resistencia física y buena inventiva tras los parches.

Aunque lo dicho no invalida ni cuestiona lo más minimo la elevadísima labor de Clive Burr en anteriores álbumes de IRON MAIDEN ni en las pertinentes giras, es evidente que la inclusión de Nicko supuso un salto en la concepción de las bases de batería y bajo y en el minutaje de las composiciones, que, cual posibilidad casi ineludible, comenzaron a extenderse cuando la situación lo requería, algo que McBrain pudo llevar a cabo con habilidad. Las posibilidades abiertas mediante la inclusión de Bruce Dickinson en el rol vocal como sustituto del no menos inimitable Paul Di’Anno, ahora se daban respecto al puesto de baterista.
En este punto tan concreto hay algo muy relevante a tener en cuenta: las cambiantes tendencias ochenteras hacia una mayor incursión creativa. Steve Harris apostó por explorar esas lides con respecto a los discos y a su puesta en práctica en las actuaciones en vivo, que pasaban de ser meros conciertos de potente Heavy Metal a grandes representaciones de corte teatral en las que el espectáculo adquiría derroteros mucho más ambiciosos en lo visual y en lo musical, aparte de integrar mayor cantidad de secciones meramente instrumentales.

No hay duda de que este fue un gran detonante para que el grupo diese el salto hacia un terreno más evolucionado, de tendencia hacia batallas sonoras extensas y con continuos cambios. Lo que por otra parte no era nuevo, pues la banda siempre había mostrado una vena muy abierta y en ocasiones desbordante en su música, ahí están las canciones “Transylvania”, “Strange World”, “Phantom of the Opera”, “Genghis Khan”, “Prodigal Son”, “Purgatory” o “Children of the Damned”, cada cual con sus propios parámetros y regadas de influencias alternativas, tramos bastante técnicos y vestigios del Rock Progresivo.
Para registrar el presente disco, el quinteto y su flamante productor se trasladaron a Nassau (Las Bahamas). La compañía apostó por invertir en comodidad, innovación y mayor tranquilidad de cara a componer nuevo material y de plasmarlo con la mayor de las solvencias, al influjo de semejante panorama paradisíaco y ya bien conocido por grupos de primer nivel. Esta situación supuso un gran salto para IRON MAIDEN: en primer lugar por poder encauzar su estilo de una forma más progresiva, a pesar de que el trabajo continuó siendo una auténtica pieza de Heavy Metal. Eso sí, desarrollado de una forma muy épica y específica que se regó con una produccíón orgánica y magnífica, cuya especialísima sonoridad aún constituye un hito en la historia del Rock. Lo que Martin Birch logró al ensamblar las ideas, los arreglos y, en definitiva, los entresijos sonoros de “Piece of Mind”, puede calificarse como único y maravilloso.

En los tres anteriores discos se había logrado mantener un excelente equilibrio entre la exposición y la continuidad del traclist. En este aspecto, “Piece of Mind” se diseñó con mucho ojo y maestría, pues no solo debía funcionar convincentemente a nivel de su completa extensión, sino a la hora de saber conjugar las piezas clave predestinadas a ser ejecutadas en las actuaciones en vivo con aquellas más reservadas y de tez desapercibida… aunque totalmente necesarias en la construcción interna de cualquier trabajo discográfico.
Steve Harris supo imprimir con habilidad los contrastes entre unos números musicales más redondos y aquellos de simple corte apropiado, correcto y resultón, de supuesto relleno y apariencia menor. Con el apoyo del resto de los músicos en una tarea compositiva estratégicamente repartida, en cuanto a lo que ello conlleva a nivel estilístico, de impronta o de variedad… y dada su forma de crear música sobre la marcha, el bajista ya tenía muy claro qué canciones del nuevo disco podrían destinarse al directo para ser combinadas con sus no pocos éxitos anteriores. Tal vez algunas de ellas quedasen relegadas casi al olvido en las giras, pero claro, esto no supone que en realidad estas canciones fuesen ni de relleno ni resultonas… más bien formaban parte de un proceso selectivo e inevitable encauzamiento en cada trabajo discográfico. Pasados muchos años, algunos discos de IRON MAIDEN se presentaron en directo de forma íntegra, para dicha y desdicha de los fans. Como inciso, apuntar a esas canciones menos conocidas (al menos por un sector profano), pues quedan relegadas a esa mágica situación privilegiada de no haber sido machacadas hasta la saciedad, por lo que, aunque pasen décadas y décadas, conservan su aire de misterio y además aportan «oxígeno» al ser recibidas.

En estricto orden secuencial, la cara A del disco aportó esas canciones: “Where Eagles Dare”, pieza de pura batalla, anticomercial, provista de una interpretación desbordante y fluida por parte de Nicko McBrain, que tras una muy breve y contundente introducción de parches, se presentaba al público de forma frenética y abrumadora. Parámetros como la sorpresividad, el estado de forma de los instrumentistas, la potencia y densidad o la elegancia de la producción establecían un nuevo marco estético y sonoro para la agrupación, eficaz y duro como el anterior, aunque más sofisticado y majestuoso. El bajo despuntaba como un núcleo emisor, sin nublar el sonido del resto de los instrumentos.

“Revelations», pieza principalmente diseñada por Bruce Dickinson, supuso una de las genialidades diferenciadoras entre IRON MAIDEN y sus bandas coetáneas. Por su desarrollo y armonía, sus cambios de ritmo y diferentes estados de ánimo, fue un corte decisivo a la hora de ser escuchado y de ser llevado a los directos.
Con “Flight of Icarus”, los mitos griegos planeaban sobre el oyente, algo imposible de disociar mentalmente, por obvio. La canción se mostraba como una pieza a medio tiempo muy oscura y original en la que el sobrio y candente estribillo marcaba los límites. Esta canción se escogió como single, y fue lanzada antes de que el disco viese la luz.
“Die With Your Boots On” supuso otro chorro de aire nuevo, un temazo Heavy con características extrañas y originales, magníficos solos de guitarra y unos sencillos coros con apariencia de habla que, en diálogo ascendente con la progresión armónica, servían para llamar la atención y enganchar al receptor justo antes del estribillo.
El planteamiento de la cara B no se quedó atrás, y el himno “The Trooper” hizo saltar todas las alarmas mediante su ritmo al galope y su cruda y sólida interpretación por parte de todos los componentes. Las melodías de guitarra, el estribillo en “Oh” modulado por Dickinson y las filigranas de Dave Murray y Adrían Smith hicieron el resto. Esta canción se utilizó muy sabiamente para el lanzamiento del segundo single del trabajo, y en su cara B ofreció una durísima y acertada versión de la conocida “Cross-Eyed Mary», grabada en 1971 por el legendario y polivalente grupo británico Jethro Tull, como parte de su obra maestra “Aqualung”.
A continuación, “Still Life”. Esta pieza, llevada al directo en muchísimas menos ocasiones que los grandes hits de “Piece of Mind”, supuso un refresco ante tanta dosis de caña y primera línea de fuego auditivo. Sin perder fuelle, aportó sutiles recursos al disco, en un aparente respiro que en realidad suponía un destello de templanza y lucidez por parte de los artífices Steve Harris y Dave Murray. Sus claves rítmicas influyeron en el estilo del grupo, dado el feel compacto y enfático que unía las labores de Harris y McBrain.

La punzante “Quest for Fire” desarrollaba un ritmo a medio tiempo, reiterativo, sobre el que Bruce Dickinson se explayaba a tope con giros en la escala de mi menor y el bajo jugaba con sus habituales adornos, en pulso firme con una batería bien medida que integraba orgánicos redobles. Es imposible no citar las brillantes melodías a dúo y los espléndidos y bien templados solos de guitarra de Murray y Smith. A pesar de esto y por comparativa, el track se mantenía en un discreto segundo plano.
El cortante “Sun and Steel” fue reservado para encarar la cuesta final, en forma de track aparentemente secundario que aportaba la ligereza y el buen ritmo de la típica cabalgada MAIDEN en la batería, el bajo y las guitarras, como soporte de una dura y marcada interpretación vocal muy bien apoyada por los pegadizos coros del hímnico y melódico estribillo. El trabajo de Harris, provisto de unas lineas de bajo tan precisas como inquietas, aportó un plus a esta canción de vivísima factura.
La pieza que cerraba del disco representó un álgido momento en el que la banda entregaba grandes dosis de instrumentación: “To Tame a Land”, canción que, en consonancia y simetría con el extenso tema de apertura, discurría por pasajes poco complacientes, en este caso plagados de melodías de carácter español, andalusí y arabesco. Una joyita más que jugosa en la que la banda se explayó mediante el aprovechamiento de planteamientos de estilo ya expuestos parcialmente un año antes en canciones como “Hallowed Be thy Name”, al tiempo que pudo indagar en ciertas nociones técnicas y armónicas que posteriormente irían calando en el estilo evolutivo del grupo.

Como dato objetivo, hay que señalar que “Piece of Mind” se presentó a través de la poderosa gira “World Piece Tour”, en la que se tocaron todas las nuevas canciones excepto “Quest for Fire” y “Sun and Steel”. Dado el apego que siento por todas y cada una de ellas, podría haberlas desglosado de forma mucho más exhaustiva y pormenorizada, pero mi intención aquí y ahora (así como en todas las reseñas de material legendario ya realizadas o pendientes de realizar para la presente página) no apuesta por ese tipo de análisis ni por abundar en datos ya expuestos en miles de sitios web, pues el principal cometido es hablar sobre esos materiales que han dejado huella por haber sido vividos en primera persona y en un contexto social concreto. Más allá de apuntar a algunos detalles, es tarea de cada oyente el poder encontrarse o reencontrarse con la obra y obtener sus propias apreciaciones.
Tampoco hay que restar importancia al hecho de que esta alineación de músicos se mantuvo unida durante unos cuantos años dorados en los que logró ofrecer sobresalientes trabajos discográficos que culminaban en tours demoledores. En esa fase histórica, abanderaron la escena heavymetalera y se convirtieron en punta de lanza del movimiento, tanto a nivel musical y escénico como de marketing.

Y visto de modo subjetivo desde la perspectiva actual, no es descabellado afirmar que este disco puede suponer el Heavy Metal en sí, además de que se creó en la época más importante para la historia de este estilo, justo en el límite que supuso el imparable despliegue de los monstruos thrasmetaleros o de otras tendencias paralelas y de corte bien distinto: ponlo y verás como las guitarras rítmicas penetran en la carne como hachas en caliente y los solos están impresos con vehemencia, muy bien dibujados, notoriamente puntiagudos e inspirados. Las bases rítmicas se agrandan en detalles, entregan versatilidad y dinamismo sin perder contundencia… y la voz abarca nuevas cotas de exigencia con las que se sube un peldaño en la entrega de propuesta. El acompañamiento de unos coros que, sin pulcritudes, se funden con tus huesos cuando procede, cierra el círculo de la gran labor instrumental y de la extraordinaria adecuación sonora lograda por este equipo de ases de las alturas. La influencia que el grupo ejerció sobre la escena Heavy con este intenso y majestuoso LP es de un calibre incalculable.
Conclusión: «Piece of Mind» corona al portentoso “The Number of the Beast” y abre paso al mayor despliegue de “Powerslave” (1984) y de las siguientes obras con las que la banda continuó su evolución sonora. Para mí es su trabajo más logrado, por la cualidad de resonar en un terreno Heavy Metal cuya “pureza” bailaba sobre el filo de su propia espada. Y aunque rasgaba un velo de puntual progresividad, aún mantuvo un aura en la que el clasicismo y la cauta sofisticación se dieron la mano de fórma inigualable, sin perder la esencia MAIDEN ni el primitivismo instintivo, bajo la supervisión del insustituible e inolvidable productor Martin Birch.

Texto: © J. Bass (Vientos de Estigia).
Artículo de carácter cultural y lúdico, exento de afán comercial. Los logos e imágenes pertenecen a los poseedores de los derechos.
No está permitido utilizar este texto o parte del mismo sin citar la autoría y la fuente original de publicación.